domingo, 11 de septiembre de 2016

Rima 71


      Cerraron sus ojos
      Que aún tenía abiertos,
      Taparon su cara
      Con un blanco lienzo,
      Y unos sollozando,
      Otros en silencio,
      De la triste alcoba
      Todos se salieron.

      La luz que en un vaso
      Ardía en el suelo,
      Al muro arrojaba
      La sombra del lecho;
      Y entre aquella sombra
      Veíase a intervalos
      Dibujarse rígida
      La forma del cuerpo.

      Despertaba el día,
      Y, a su albor primero,
      Con sus mil ruidos
      Despertaba el pueblo.
      Ante aquel contraste
      De vida y misterio,
      De luz y tinieblas,
      Yo pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      De la casa, en hombros,
      Lleváronla al templo
      Y en una capilla
      Dejaron el féretro.
      Allí rodearon
      Sus pálidos restos
      De amarillas velas
      Y de paños negros.

      Al dar de las Ánimas
      El toque postrero,
      Acabó una vieja
      Sus últimos rezos,
      Cruzó la ancha nave,
      Las puertas gimieron,
      Y el santo recinto
      Quedóse desierto.

      De un reloj se oía
      Compasado el péndulo,
      Y de algunos cirios
      El chisporroteo.
      Tan medroso y triste,
      Tan oscuro y yerto
      Todo se encontraba
      Que pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      De la alta campana
      La lengua de hierro
      Le dio volteando
      Su adiós lastimero.
      El luto en las ropas,
      Amigos y deudos
      Cruzaron en fila
      Formando el cortejo.

      Del último asilo,
      Oscuro y estrecho,
      Abrió la piqueta
      El nicho a un extremo.
      Allí la acostaron,
      Tapiáronle luego,
      Y con un saludo
      Despidióse el duelo.

      La piqueta al hombro
      El sepulturero,
      Cantando entre dientes,
      Se perdió a lo lejos.
      La noche se entraba,
      El sol se había puesto:
      Perdido en las sombras
      Yo pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      En las largas noches
      Del helado invierno,
      Cuando las maderas
      Crujir hace el viento
      Y azota los vidrios
      El fuerte aguacero,
      De la pobre niña
      A veces me acuerdo.

      Allí cae la lluvia
      Con un son eterno;
      Allí la combate
      El soplo del cierzo.
      Del húmedo muro
      Tendida en el hueco,
      ¡Acaso de frío
      Se hielan sus huesos...!

      ¿Vuelve el polvo al polvo?
      ¿Vuela el alma al cielo?
      ¿Todo es sin espíritu,
      Podredumbre y cieno?
      No sé; pero hay algo
      Que explicar no puedo,
      Algo que repugna
      Aunque es fuerza hacerlo,
      El dejar tan tristes,
      Tan solos los muertos.


        Gustavo Adolfo Bécquer, del libro Rimas y Leyendas



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